Estábamos los tres solos en el hall del
Amanaya, prontito, no serian las 9. Estaba Abraham por allí, nervioso,
esperando a la directora que no había bajado todavía. Por fin se sentó y nos lo
contó. Había recibido una llamada a las 6 de la mañana. Un coche que traía a
tres bebes con tres cuidadores se había quedado tirado a 100 km de Addis Abeba desde
la noche anterior. Ya casi no les quedaba nada. Estaban angustiados. Tenía que
ir a recogerlos deprisa. Pero necesitaba hablar con Mª Ángeles… que por fin
apareció.
El padre de mi hija y yo estábamos dándole
vueltas… podía haber sido la nuestra, probablemente llegó en circunstancias
parecidas. Mi Santo se levantó de un bote y se ofreció a ayudarles por si necesitaban cualquier cosa. Abraham rehusó el
ofrecimiento y salió como una bala. Nosotros nos fuimos a desayunar.
Todavía no habíamos acabado cuando entró
Abraham por la puerta: “ - M. vente, hay hueco para ti”. La niña y yo salimos a la puerta a
despedirles… si pudiéramos ir también… Pero no era una excursión, había que
salvar tres vidas. Literalmente. Llevaban muchas horas tirados en una cuneta y
aún tardarían bastante en llegar y traerlos de vuelta a la casita.
El trayecto no fue corto, las carreteras no
están en buen estado y hay tráfico. Entraron en una carretera más nueva,
completamente recta que parece ser que construyó una empresa española con
financiación europea. El paisaje era a ratos espectacular, a ratos desolador… un
esqueleto de vaca adornaba el último cruce de carreteras. Cuando por fin les
encontraron a la orilla de la misma carretera, los tres chicos (dos chicas y un
chico) estaban inmóviles en la parte de atrás, con 3 bebes de pocos días
envueltos en telas y minibiberones alimentándolos. Formaban una maquinaria
perfecta. Sin apenas moverse se ayudaban unos a otros con un solo bote de leche
que se repartían en los tres biberoncitos. En pocos minutos habían terminado de
apañarlos. Salieron del coche y se metieron en el de Abraham. Emprendieron la
vuelta.
Abraham cruzo unas palabras con ellos. –“vamos
a parar, los chicos no han comido desde ayer al medio dia” (serían ya las 12
p.m). Los chicos bajaron, dejaron los bebes tumbaditos y empezaron a estirarse.
Estaban entumecidos, no habían soltado a
los bebes desde hacía más de 12 horas. Sabían que el calor de sus cuerpos era
fundamental. Pero Abraham llevaba mantas y los bebes quedaron arropados y
protegidos en el coche a pocos metros de donde comían. (con ojos de occidental
es una barbaridad… los bebes solos en el coche…igual de barbaridad que llevar a
los niños sin sillita, pero allí tu perspectiva se habitúa igual que los ojos a
la oscuridad). M. inquieto se levantaba constantemente a mirarlos.
Los chicos apenas dijeron palabra. Devoraron
la injera. M. disimuladamente, no les quitaba ojo. La ropa, las manos, los
ojos, los pies descalzos… una de las chicas escondió los dedos de los pies.
-
“¿Por qué lo hacen?
¿les pagáis?
-
No, es absoluta
caridad hacia los bebes. Solidaridad. No obtienen nada. Solo la comida y el
viaje de vuelta.”
Volvieron al coche en cuanto hubieron
terminado y continuaron el viaje hacia la casita. Al llegar todo el personal
estaba avisado. Habían preparado las cunas, biberones, las telas que usan de
pañales… Wini y Ele (la enfermera)
estaban preparadas…caras serias y mucha preocupación. Eran bebes muy pequeños. Ele los revisó, los cambiaron y asearon, y por fin
cada uno a su cunita con su minibiberon apoyado en una toallita cerca de sus
caritas para que pudieran beber sin ayuda… si no lo ves, no lo crees. Bebes de días son capaces de beber su biberón solitos con apenas un poco de
supervisión por si se les escapa demasiado lejos. Nuestros hijos son unos
supervivientes que se agarran a chupetones a la vida.
Poco a poco se relajaron los ánimos, ya alguna
sonrisa… todo había salido bien, había que llevarlos al medico pero todo estaba
bien.
Los chicos pasaron de uno en uno al despacho a
rellenar los partes. Se tomaron un café en el patio, hablaban unos con otros.
Mi Santo no quiere que lo cuente, pero me lo
voy a permitir porque la historia la estoy escribiendo yo.
Cuando las chicas estuvieron ya mas relajadas
en la casita y mientras esperaban turno para entrar al despacho, se les acercó
disimuladamente y sin que le viera el resto del personal, les dio un billetito
muy dobladito a cada una. No lo miraron.
Solo dieron las gracias con los ojos y por fin le dedicaron una amplia sonrisa.
M. no encontraba al chico ¿y si ya se había ido? no sabía que hacer para
hacérselo llegar. Pero al rato apareció,
probablemente avisado por las chicas. Se quedó cerca de M. sin decir nada, sin
mirarlo. Solo se quedó por allí. M. se acercó y se lo dio, de nuevo amplias
sonrisas. No esperaban nada.
No habíamos planeado nada y no llevaba
demasiado. Era de los primeros días y tampoco teníamos muy claro el cambio.
Después descubrimos que con unos pocos euros les había arreglado el mes… y no
sabes si sentir pena, una pena infinita… o alegría, porque gente humilde
carente de todo y sin esperar nada, salva vidas, las vidas de nuestros hijos. Y
esa gente sigue allí y nosotros hace un año que estamos aquí…cómo podemos
estar tan cerca y tan lejos…
Al cabo de los días volvimos a la casita. Íbamos
con mas familias, a saludar y ver qué tal iba todo por allí. Nos acercamos a
ver a los chiquitines.
” - Qué diminutez!!” le dije a M.
- pues
se nota que han cogido peso…- me contestó”
Una chiquitina empezó a llorar, había perdido
su biberón. Se lo acerqué. Tragaba con hambre. Se acercó Ele ,
y me dijo: “- cubrelé la cabeza, pierden calor.”
Estuve observando largo y tendido aquella “diminutez”
mientras le sujetaba el biberón. Qué ojitos! Qué morritos…!!!
El destino quiso que al cabo de los meses
volviera a ver esos mismos ojitos y esos mismos morritos en la foto de
asignación de una compañera de batalla. Para ellas escribimos este relato, para
rellenar uno de los días que “Diminutez” estuvo sin su mama, y su mama sin su
“Diminutez”. Porque tenemos demasiados días en blanco de nuestros hijos y
probablemente alguien pudiera rellenarlos…